12 mayo 2006

Café Agosto

Aqui vos deixo este Café Agosto, conto inmoral e tranquilizador dun bó amigo (o mellor diría eu) que tivo a ben prestarme para este infernal blog. Que o disfrutedes como o disfruten eu. Saúde.
CAFÉ AGOSTO

Desperté a las seis y cuarto de la mañana. Las sabanas se me habían pegado al cuerpo y tenía el cabello empapado de sudor. Observé el lado izquierdo de la cama: ella dormía tranquilamente como si no tuviera ningún problema en la cabeza. Una suerte, pensé.
Me levanté y me dí una ducha fría. Era agosto. Las seis y cuarto de la mañana de un sábado de agosto y ya estábamos a veintitrés grados. Odiaba ese maldito calor pegajoso que se adhería a la piel y no te dejaba respirar. Pagaría por estar en Alaska o cualquier otro lugar del planeta donde el sol no te calentara hasta gritar. Cualquier otro lugar menos este maldito pueblo costero donde estabamos pasando unos días de vacaciones. Odio trabajar, pero también odio las vacaciones innecesarias en pueblos estúpidos donde no se te pierde nada. Aún no comprendo la razón que nos trajo a pasar unos días en este lugar. Supongo que fue ella quién decidió que al lado del mar los problemas desaparecerían como por arte de magia. Qué estupidez.
Salí de la ducha y me vestí de manera informal intentando que el calor no atravesara mi ropa y acabara con mi pálido cuerpo: un pantalón de lino, una camisa blanca de algodón y una gorra deportiva. Me calzé unas sandalias negras de piel y cogí mis Ray Ban; doscientos pavos en aquella tienda del centro de la ciudad; una gran compra; dos años y no tienen ni un rasguño.
Bebí un vaso de agua y abrí la puerta de la casa; una bocanada de aire caliente me cogió desprevenido en el jardín y me empapó de arriba abajo. Era insoportable. No había nada que hacer contra este maldito calor. Tuve el impulso de volver a entrar en la casa y darme otra ducha, pero era una estupidez, al salir de nuevo a la calle comenzaría a sudar de nuevo.
Me monté en el coche y miré la hora: las siete y cinco.
No sabía que hacer. Llevabamos tres días en este pueblo y, aunque era pequeño, no conocía casi nada. En estos tres días habíamos ido a la playa dos tardes, habíamos cenado en un restaurante a dos calles de la casa que habíamos alquilado y habíamos hecho tres veces el amor: dos en la habitación principal y una en la cocina. Eso era lo único que conocía del pueblo: la casa, el restaurante y la playa.
Tenía hambre y ganas de café. Miré mi cara en el espejo retrovisor; estaba sudada y tenía los ojos hinchados. Mala cara imbécil, me dije.
Arranqué el coche y conduje por las calles casi vacías del pueblo. Los pocos cafés y comercios que poblaban las calles aun estaban cerrados. No había mucha gente caminando y tan solo un coche de reparto se cruzó conmigo.
Cogí la dirección de la playa; creía recordar que la última tarde que fuéramos pasáramos por un café al lado de la carretera.
Conduje tres kilómetros por la costa, siguiendo el perfíl marcado por el mar. El sol se levantaba poco a poco y su color amarillento se intensificaba a cada minuto. Odiaba el sol: su color, su aura de astro rey, su luz amarilla, anaranjada, rojiza… pagaría por despertar frío y desnudo en un iglú. Eso sería perfecto.
Observé como un yate permanecía fondeado en la costa. Era un barco grande y lujoso, con un radar que coronaba su techo. Las olas pasaban tranquilamente a su lado y este ni se inmutaba, seguía flotando perfectamente acunando a sus adinerados moradores.
A lo lejos ví el café. Estaba a la derecha de la carretera, en un descampado de tierra con una palmera a su lado.
Puse el intermitente y aparqué justo enfrente, al lado de una furgoneta blanca. La puerta estaba cerrada con una verja anaranjada. Apagué el motor del coche y dejé mis manos en el volante. Observé el cartel del mismo color que la verja; estaba roto en una esquina y parecía que iba a caer de un momento a otro. Café Caribe. Vaya nombre, pensé.
Había un cartel pegado en la puerta que seguramente era el horario del local, pero desde el coche no era capaz de leerlo, y hacía demasiado calor como para abandonar el climatizador del interior de mi ford.
No hice nada, me quedé allí sentado con las manos en el volante observando la verja anaranjada y el cartel roto y medio descolgado.
Tenía hambre y ganas de café pero no sabía a donde ir. Tres o cuatro kilómetros al norte del café, estaba la playa a la que habíamos ido las últimas tardes, y más allá, no sabía lo que había. Dudaba si habría otro pueblo o por el cotrario seguiría la carretera cientos de kilómetros hasta el fin del mar. Además, no tenía ganas de seguir conduciendo atrás del sol hasta encontrar un maldito café abierto.
Decidí quedarme allí hasta que abriera el café.
Pensé si ella se habría levantado ya. Lo dudaba mucho. La noche anterior había estado bebiendo vino hasta las tres de la mañana y cuando se metio en cama estaba más que borracha. Se había bajado dos botellas y media de vino mientras veía aquella estúpida película en la televisión. Yo desde el otro sofá, la observaba rellenar su copa y encender marlboros cada cinco minutos. Me aburría la película, así que había puesto en la cadena musical un disco que encontrara por la casa y me había tumbado con los auriculares en el sofá. De vez en cuando ella miraba para mi y se reía con las estupideces de ese actor de pacotilla. Que estupidez.
No supe reconocer quién era el grupo del disco; lo había encontrado tirado en el garaje de la casa, pero no tenía funda y las letras del propio disco estaban rayadas. Tan solo pude descifrar una M y una W. No estaba del todo mal. El tio que cantaba tenía la típica voz rota de bajos fondos, aunque seguramente viviera mucho mejor que cualquiera de nosotros, eso seguro. Tendría que acordarme de buscar en la red cuando regresaramos a la ciudad, músicos que contuvieran las letras M y W; seguro que no hay tantos.
Cuando acabó la película, ella se levantó del sofá y se metió en el cuarto. Yo acabé de escuchar el disco y despues lo puse de nuevo. Despues me quedé dormido y desperté a las cinco de la mañana empapado en sudor. Me quité la ropa y fui a la habitación. Ella estaba tumbada en la cama desnuda y las sábanas estaban revueltas tiradas en el suelo. Me tumbé a su lado y la escuché respirar; respiraba como una borracha. Le metí la mano en el culo y ella lo apretó contra mí. Poco a poco se la fui introduciendo dentro y la golpeé con fuerza hasta correrme. Al terminar, me dí la vuelta en la cama y ella tosió. Me dormí cinco minutos despues.

Encendí la radio del coche y me sequé el sudor de la frente. Observé como el sol había pasado de amarillo claro a amarillo intenso. Eran las siete y cuarenta y cuatro de la mañana. Tenía hambre y ganas de café. Maldije las malditas vacaciones y los pueblos costeros que no tienen cafés que abran temprano como en la ciudad.
Abrí la ventanilla y escupí fuera. Me fijé que en la furgoneta había una mujer. Miré para otro lado y cerré la ventanilla. ¿Llevaría todo el rato ahí?. Volví a mirar para ella y me sonrió. ¿Qué hacía ahí esa mujer?. Apagué la radio, abrí la ventanilla y le grité:
—¡Hola!
Ella me sonrió de nuevo y se estiró para abrir la ventanilla de acompañante.
—Hola —dijo secamente. Debía tener sobre veinte o veinticinco años. Era rubia y de tez pálida.
—¿Esperas que abra el café? –le comenté.
—¿Qué?
—¿Si estás esperando que abra el café?. Yo llevo aquí un buen rato esperando, pero no sé a que hora abre. –sonreí.
—Abre a las ocho – me contestó secamente.
—Ah, si. ¿Cómo lo sabes? ¿Vienes a menudo?
—Si, vengo todos los días a las siete y media…
—¿Todos los días? ¿En serio? ¿A qué?
—A sentarme aquí hasta las ocho que es la hora en la que tengo que abrir el café.
—¿Tu trabajas aquí? ¿Abres tu el café? – dije sorprendido y aliviado.
—Si, yo abro el café, pero aun tienes que esperar diez minutos.
Miré el reloj del coche. Eran las ocho menos diez. Sonreí. Le dí las gracias y cerré la ventanilla. Ella cerró su ventanilla y puso las manos al volante. Se quedó mirando fijamente la verja anaranjada del café y yo hice lo mismo.

3 comentarios:

mariademallou dijo...

disfruteino muito. digalle ao seu amigo que está moi ben. que ata me quedei miirando un anaco para a portela alaranxada do bar.
un saúdo enorme enorme ;)

Mr Tichborne dijo...

Moi do teu estilo, moi bo. Quen é o teu amigo?

From Hell dijo...

Por eso me gusta o relato... porque é do meu estilo.
É un bó amigo... deixémolo aí..
saúde