29 mayo 2006



"Todas as especies cometen asasinatos. Os animais matan a outros animais para sobrevivir. Nós tamén matamos animais... matamos animais, matamos especies enteiras; matamos rios, matamos océanos e matamos selvas... pero chamámoslle industria"

Natural Born Killers, 1994

Luns Tarde Escoitando Marilyn Manson e Cagándome en Todo... Todo.

26 mayo 2006

Anxos e Retretes

Hai un ano máis ou menos caeu nas miñas mans un libro, o cal non sabía que era un best-seller. Lino en tres ou catro días e pareceume unha chorrada moi mal escrita. Recoñezo que a historia enganchoume e certas cousas parecéronme orixinais, pero, repito, estaba tan mal escrito que pensei que un analfabeto estaba intentando convertirse en escritor. O libro en cuestión era "O Código Da Vinci" do carallo. Supoño que me ocorreu o mesmo que a dez millóns de persoas deste maldito planeta. Cousas que ocorren.
Onte, sen nada mellor que facer, un anxo e eu fomos ao cine (como outros dez ou quince ou vinte mil millóns de persoas no mundo) a ver a adaptación cinematográfica do libro en cuestión. Aos quince minutos de comezar a película, pensei que ostias estaría facendo Tom Hanks neses intres, mentras eu, e o meu anxo, viamos a sua infumable película. Cousas mellores, pensei; iso seguro.
A película é infumable, tediosa, infantil, estúpida, prepotente, falta de ritmo narrativo, tópica e tres millóns máis de adxetivos que non me apetece enumerar.
De todos os xeitos, rematei de ver a película e, mentras os meus concidadáns saían do cine, quedei a ver os créditos finais. Sen sorprenderme, na producción executiva atopei o nome de Dan Brown (o analfabeto escritor) e pensei que estaría facendo neses intres mentras eu vía os títulos de crédito do seu infumable proxecto. Soubeno de súpeto: estaba na súa casa da costa Este contando a morea de cartos que lle caben na caixa forte. Un tipo listo, pensei.

Hai un par de meses, caeu nas miñas mans outro libro do millonario señor Brown, chamado Anxos e Demos. Unha novela anterior ao Código. Tirena pola casa e alí estivo todo este tempo... ata onte. Tiven curiosidade de por qué a mala literatura vende e as cousas de calidade, púdrense nas estanterías das librerías. Non o sei a verdade, pero quero averigualo.
Sei que é dun masoquismo atroz, pero vou ler a novela esa dos Anxos e os Demos do carallo para intentar esclarecer a cuestión da relación entre as vendas e a calidade literaria. Un ao que lle gusta sufrir, pensaredes... pois si.

Unha cousa... como non creo que a novela teña a suficiencia calidade para meterse na miña cama, vouna ler a modo, moi a modo. Cada vez que visite o retrete, lerei unhas liñas escritas polo millonario señor Brown, e así, tal vez, poda cagar a gusto.
Saúde

22 mayo 2006

O Código Da (174 mill.€) Vinci

O libro era malo, malo, pero que moi malo de dios... a película non a vin (nin presa que teño)pero na primeira fin de semana en EE(idiotland)UU recaudou 174 millóns de euros. É a segunda película máis taquillera da historia do cine na fin de semana de estrea... isto da que pensar: Vivimos nun mundo de imbéciles borregos alienados, aínda que iso é unha cousa que xa sabiamos... ¿ou non?

18 mayo 2006

Puta Banca


Era hora de que alguén comezara a darlle caña a eses malditos fillos de puta. Agardo que pronto, o exercito Boliviano entre nas oficiñas do B.B.V.A a recuperar o seu. E se se poñen gilipollas... pum pum pum...
Nas proximas eleccións nacionalízome boliviano e voto a Evo... amén.

12 mayo 2006

Café Agosto

Aqui vos deixo este Café Agosto, conto inmoral e tranquilizador dun bó amigo (o mellor diría eu) que tivo a ben prestarme para este infernal blog. Que o disfrutedes como o disfruten eu. Saúde.
CAFÉ AGOSTO

Desperté a las seis y cuarto de la mañana. Las sabanas se me habían pegado al cuerpo y tenía el cabello empapado de sudor. Observé el lado izquierdo de la cama: ella dormía tranquilamente como si no tuviera ningún problema en la cabeza. Una suerte, pensé.
Me levanté y me dí una ducha fría. Era agosto. Las seis y cuarto de la mañana de un sábado de agosto y ya estábamos a veintitrés grados. Odiaba ese maldito calor pegajoso que se adhería a la piel y no te dejaba respirar. Pagaría por estar en Alaska o cualquier otro lugar del planeta donde el sol no te calentara hasta gritar. Cualquier otro lugar menos este maldito pueblo costero donde estabamos pasando unos días de vacaciones. Odio trabajar, pero también odio las vacaciones innecesarias en pueblos estúpidos donde no se te pierde nada. Aún no comprendo la razón que nos trajo a pasar unos días en este lugar. Supongo que fue ella quién decidió que al lado del mar los problemas desaparecerían como por arte de magia. Qué estupidez.
Salí de la ducha y me vestí de manera informal intentando que el calor no atravesara mi ropa y acabara con mi pálido cuerpo: un pantalón de lino, una camisa blanca de algodón y una gorra deportiva. Me calzé unas sandalias negras de piel y cogí mis Ray Ban; doscientos pavos en aquella tienda del centro de la ciudad; una gran compra; dos años y no tienen ni un rasguño.
Bebí un vaso de agua y abrí la puerta de la casa; una bocanada de aire caliente me cogió desprevenido en el jardín y me empapó de arriba abajo. Era insoportable. No había nada que hacer contra este maldito calor. Tuve el impulso de volver a entrar en la casa y darme otra ducha, pero era una estupidez, al salir de nuevo a la calle comenzaría a sudar de nuevo.
Me monté en el coche y miré la hora: las siete y cinco.
No sabía que hacer. Llevabamos tres días en este pueblo y, aunque era pequeño, no conocía casi nada. En estos tres días habíamos ido a la playa dos tardes, habíamos cenado en un restaurante a dos calles de la casa que habíamos alquilado y habíamos hecho tres veces el amor: dos en la habitación principal y una en la cocina. Eso era lo único que conocía del pueblo: la casa, el restaurante y la playa.
Tenía hambre y ganas de café. Miré mi cara en el espejo retrovisor; estaba sudada y tenía los ojos hinchados. Mala cara imbécil, me dije.
Arranqué el coche y conduje por las calles casi vacías del pueblo. Los pocos cafés y comercios que poblaban las calles aun estaban cerrados. No había mucha gente caminando y tan solo un coche de reparto se cruzó conmigo.
Cogí la dirección de la playa; creía recordar que la última tarde que fuéramos pasáramos por un café al lado de la carretera.
Conduje tres kilómetros por la costa, siguiendo el perfíl marcado por el mar. El sol se levantaba poco a poco y su color amarillento se intensificaba a cada minuto. Odiaba el sol: su color, su aura de astro rey, su luz amarilla, anaranjada, rojiza… pagaría por despertar frío y desnudo en un iglú. Eso sería perfecto.
Observé como un yate permanecía fondeado en la costa. Era un barco grande y lujoso, con un radar que coronaba su techo. Las olas pasaban tranquilamente a su lado y este ni se inmutaba, seguía flotando perfectamente acunando a sus adinerados moradores.
A lo lejos ví el café. Estaba a la derecha de la carretera, en un descampado de tierra con una palmera a su lado.
Puse el intermitente y aparqué justo enfrente, al lado de una furgoneta blanca. La puerta estaba cerrada con una verja anaranjada. Apagué el motor del coche y dejé mis manos en el volante. Observé el cartel del mismo color que la verja; estaba roto en una esquina y parecía que iba a caer de un momento a otro. Café Caribe. Vaya nombre, pensé.
Había un cartel pegado en la puerta que seguramente era el horario del local, pero desde el coche no era capaz de leerlo, y hacía demasiado calor como para abandonar el climatizador del interior de mi ford.
No hice nada, me quedé allí sentado con las manos en el volante observando la verja anaranjada y el cartel roto y medio descolgado.
Tenía hambre y ganas de café pero no sabía a donde ir. Tres o cuatro kilómetros al norte del café, estaba la playa a la que habíamos ido las últimas tardes, y más allá, no sabía lo que había. Dudaba si habría otro pueblo o por el cotrario seguiría la carretera cientos de kilómetros hasta el fin del mar. Además, no tenía ganas de seguir conduciendo atrás del sol hasta encontrar un maldito café abierto.
Decidí quedarme allí hasta que abriera el café.
Pensé si ella se habría levantado ya. Lo dudaba mucho. La noche anterior había estado bebiendo vino hasta las tres de la mañana y cuando se metio en cama estaba más que borracha. Se había bajado dos botellas y media de vino mientras veía aquella estúpida película en la televisión. Yo desde el otro sofá, la observaba rellenar su copa y encender marlboros cada cinco minutos. Me aburría la película, así que había puesto en la cadena musical un disco que encontrara por la casa y me había tumbado con los auriculares en el sofá. De vez en cuando ella miraba para mi y se reía con las estupideces de ese actor de pacotilla. Que estupidez.
No supe reconocer quién era el grupo del disco; lo había encontrado tirado en el garaje de la casa, pero no tenía funda y las letras del propio disco estaban rayadas. Tan solo pude descifrar una M y una W. No estaba del todo mal. El tio que cantaba tenía la típica voz rota de bajos fondos, aunque seguramente viviera mucho mejor que cualquiera de nosotros, eso seguro. Tendría que acordarme de buscar en la red cuando regresaramos a la ciudad, músicos que contuvieran las letras M y W; seguro que no hay tantos.
Cuando acabó la película, ella se levantó del sofá y se metió en el cuarto. Yo acabé de escuchar el disco y despues lo puse de nuevo. Despues me quedé dormido y desperté a las cinco de la mañana empapado en sudor. Me quité la ropa y fui a la habitación. Ella estaba tumbada en la cama desnuda y las sábanas estaban revueltas tiradas en el suelo. Me tumbé a su lado y la escuché respirar; respiraba como una borracha. Le metí la mano en el culo y ella lo apretó contra mí. Poco a poco se la fui introduciendo dentro y la golpeé con fuerza hasta correrme. Al terminar, me dí la vuelta en la cama y ella tosió. Me dormí cinco minutos despues.

Encendí la radio del coche y me sequé el sudor de la frente. Observé como el sol había pasado de amarillo claro a amarillo intenso. Eran las siete y cuarenta y cuatro de la mañana. Tenía hambre y ganas de café. Maldije las malditas vacaciones y los pueblos costeros que no tienen cafés que abran temprano como en la ciudad.
Abrí la ventanilla y escupí fuera. Me fijé que en la furgoneta había una mujer. Miré para otro lado y cerré la ventanilla. ¿Llevaría todo el rato ahí?. Volví a mirar para ella y me sonrió. ¿Qué hacía ahí esa mujer?. Apagué la radio, abrí la ventanilla y le grité:
—¡Hola!
Ella me sonrió de nuevo y se estiró para abrir la ventanilla de acompañante.
—Hola —dijo secamente. Debía tener sobre veinte o veinticinco años. Era rubia y de tez pálida.
—¿Esperas que abra el café? –le comenté.
—¿Qué?
—¿Si estás esperando que abra el café?. Yo llevo aquí un buen rato esperando, pero no sé a que hora abre. –sonreí.
—Abre a las ocho – me contestó secamente.
—Ah, si. ¿Cómo lo sabes? ¿Vienes a menudo?
—Si, vengo todos los días a las siete y media…
—¿Todos los días? ¿En serio? ¿A qué?
—A sentarme aquí hasta las ocho que es la hora en la que tengo que abrir el café.
—¿Tu trabajas aquí? ¿Abres tu el café? – dije sorprendido y aliviado.
—Si, yo abro el café, pero aun tienes que esperar diez minutos.
Miré el reloj del coche. Eran las ocho menos diez. Sonreí. Le dí las gracias y cerré la ventanilla. Ella cerró su ventanilla y puso las manos al volante. Se quedó mirando fijamente la verja anaranjada del café y yo hice lo mismo.

08 mayo 2006

Ponme a última tio...

O venres estiven moito tempo con Henry sobre o meu peito. Respira tan a modo e con tanta inocencia que me trasmite toda a paz que non atopo noutros lugares do mundo. Xa na noite, achegouse o meu amigo Marlon "Blando" a cear a casa; trouxo costilletas de cordeiro e viño. Rematamos a noite "pimplados" vendo os premios da música e disertando sobre que cantantes nos gustaría matar primeiro. Gañaron "El Canto del Loco" e "La oreja de Van Gogh".
Todo isto foi o preludio do sábado noite, onde Marlo Blando, o Negro e eu rematamos máis que borrachos observando como amanecía o día sobre os estúpidos edificos desta vila. Estivo ben; falamos de todos os estúpidos que mataríamos se tivesemos unha ametralladora desas que levaba Johnny Rambo. O sábado, na nosa mente, morreron máis de trescentas persoas acribilladas a balazos.
Despois, bebemos cincuenta chupitos de Napal... a nosa bebida preferida.
Todo iso foi un preludio do que máis me gusta dos domingos. Ter a Henry contra o meu peito dándome toda a paz que non atopo noutros lugares.
Foi o mellor da fin de semana; iso e matar a tanta xente.

05 mayo 2006

03.51h MADRUGADA – INTERIOR

Estou intentando durmir tan só cuns calzoncillos vellos e coas mantas tiradas no chán. Non teño frío, pero aínda así, teño a necesidade de taparme. Taparme ata a cabeza e durmir dunha santa vez.
Polo contrario, o que fago e erguerme da cama e ir ata a cociña. Miro pola fiestra. A cidade está tranquila como naquela película francesa. Sírvome un vaso de auga do grifo. Métome un par de pirulas na boca e bebo. Respiro forte e regreso á cama.
Dou voltas e máis voltas. Sudo e non dou durmido, así que me sento na cama e acendo un cigarro. Fúmoo. O cigarro séntame mal e teño gañas de botar toda a cea fóra. Vou ao cuarto de baño, póñome de xeonllos e abrazo a taza do báter. Bótoo todo. Remato e límpome con papel perfumado de cor rosa. Gústame a sensación do papel perfumado na miña boca. Estou cachondo e penso na camareira do Star. Desafógome dentro da taza do báter e límpome co mesmo papel rosa. Observo todo o que xuntei dentro da taza. Tiro da cadea e volto á cama.
Intento durmir de novo e por fin o consigo. Comezo a soñar. Soño cun enorme dragón de cor verde con cara de avestruz que entra desbocado nun estadio de fútbol, onde cinco mil persoas desfrutan dun concerto dos Rolling Stones. Morre moita xente.
Deixo de soñar.