24 noviembre 2006

FELIZ CUMPREANOS

Ainda que non é hoxe (é mañá sábado) e tendo en conta que non podo achegarme ata Compostela para felicitarche en persoa, non se me ocorre mellor maneira de acordarme de ti que enviarche este relato que sei que disfrutarás. Sen máis, feliz cumpleanos Javi ... e a ser feliz.

VIENTO CÁLIDO DE AGOSTO

El último tren pasó silbando por mi ventana y me despertó. Encendí la radio y el tipo de las noticias dijo que eran las dos y cinco minutos. Me levanté de la cama y meé. Eché una meada larga y amarilla. Despues, cambié la emisora de la radio mientras me vestía. Me puse los calzoncillos, los calcetines, el pantalón y la camisa al ritmo de Nat King Cole.
Miré por la ventana; una pareja paseaba cogida de la mano bajo las vías del tren. Sonreí.
Me lavé los dientes y despues abrí el frigorífico. Estaba casi vacío; solo tenía una botella de zumo de naranja, una manzana y un pescado ya podrido que me había regalado el tipo del cuarto contiguo. Nunca supe cocinar pescado; en realidad, nunca supe cocinar nada. Cogí el zumo de naranja y lo mezclé en un vaso con vodka. Me senté en la ventana mientras bebía y encendí un cigarro. La vía del tren estaba desierta y los periódicos del día volaban por toda la calle. La página de sucesos planeó cerca de mi ventana y luego cayó en picado a la calle.
Decidí que debía relacionarme con la gente. No quería morir solo en esta maldita habitación de pensión. Si ese era mi destino, lo aceptaba, pero no solo. Nadie debería morir solo, excepto los hijos de puta.
Cogí mi chaqueta del ejército y una libreta de notas y salí del cuarto.
En la calle, el viento caliente de agosto me dio de lleno en la cara. Me gustaban las noches cálidas, pero odiaba el verano.
Baje por la calle hasta la avenida y enfilé hacia el bar que había tres manzanas más abajo; siempre estaba abierto.

Al entrar en el local, noté el aire acondicionado. No valía de nada, yo ya estaba sudado y pringoso. Revolví en mi bolsillo y encontré un billete de diez arrugado. Me senté en la barra.
El dueño, un tipo serio y enorme, me sirvió un vaso de whisky sin que yo le pidiera nada.
—Whisky de agosto —me dijo.
—Fabuloso —le contesté sin querer decir eso.
Bebí de un sorbo el whisky y le pedí otro trago.
Observé el local detenidamente como era costumbre en mí. En una de las mesas, dos putas bebían tequila con unos camioneros. Una de las putas le estaba tocando los huevos por debajo de la mesa al tipo más gordo. Sonreí.
Al otro lado de la barra, un tipo de sombrero bebía solo. Estaba bebiendo ron y fumando tabaco light.
Una chica salió del baño y se sentó a su lado.
—Vamonos anda —le dijo al tipo.
—No —sentenció el tipo sin mirarla
—¡Qué te jodan! —le gritó ella.
Se levantó, cogió su bolso y se acercó a mi lado.
Yo encendí un cigarro y me miré en el espejo que tenía enfrente de mí. Observé que estaba mal afeitado y que tenía la chaqueta rota en el hombro.
— ¿Y tú de qué cojones vas? —me preguntó la chica.
No la miré. Le dí un sorbo al whisky y pedí otros dos.
—Toma, bebe — ofreciéndole el vaso
—Ah, fabuloso.
Se sentó a mi lado y dejó el bolso encima de la barra. Pagué lo que llevaba consumido hasta el momento y el tipo enorme me devolvió tres con cincuenta.
—¿Me das uno de esos cigarrillos? —me preguntó ella.
Le ofrecí la cajetilla. Miré para el tipo del sombrero. Seguía allí sentado bebiendo ron y observando al infinito.
En ese momento entró en el local un tipo trajeado; un vendedor seguramente. Estaba muy borracho. Se acercó a la barra y se desplomó al suelo allí mismo. Todos seguimos a lo nuestro.
—Tengo una cama y un lavabo — le comenté a la chica.
—Eres un hombre afortunado —dijo sonriendo.
—Ya lo sé, cariño.
—Y,¿tienes nombre?
—Me llamo Lois —le dije. — Lois Morgado.
—Lois Morgado —repitió. — Bonito nombre. ¿Y dinero? ¿Tienes dinero?
—Claro —contesté señalando a los tres con cincuenta que había dejado el dueño del bar encima de la barra.
—Es suficiente para comprar algo de vino. ¡Vámonos! —ordenó.
Se levantó del taburete y yo la seguí. Observé por última vez al tipo del sombrero. Me miró y me saludó con la mano. Le hice un corte de mangas y salimos del local.
El viento cálido de agosto volvió a golpearme en la cara.
—Vamos, se donde hay una licorería. ¿Tienes coche? — me preguntó.
—No.
—Es lo mismo. Está cerca.
Comenzó a andar y yo la volví a seguir.
Tenía un buen culo. Debería de andar por los cuarenta y cinco pero aun se conservaba estupendamente. Pelo largo castaño, minifalda para lucir las piernas… tenía unas piernas magníficas.
—Tienes unas bonitas piernas — le dije mientras caminábamos en dirección opuesta a mi habitación.
—Si, dos. — contestó sin mirarme.
—Y ¿tienes nombre?
—No. — dijo secamente. —¡Ahí está la licorería! Dame los tres con cincuenta.
Se los dí y entró. Yo esperé fuera.
Encendí un cigarro y quité la libreta de notas del bolsillo de mi chaqueta. La abrí. Llevaba dos días con un poema a medias. Era una mierda, pero no me gustaba dejar ningún asunto a medias. Odiaba las cosas inacabadas. Lo leí. Me pareció malísimo. Arranqué la hoja y la tiré a la calle; en dos segundos comenzó a volar juntándose con los periódicos del día.
—¡Ya estamos listos! — dijo ella al salir del local. Traía en la mano una bolsa llena de cosas.
—¿Qué cojones traes ahí? —le pregunté.
—La cena — contestó.
Cogí la bolsa y la abrí: una botella de vino, otra de whisky, tabaco, caramelos de menta y patatas fritas.
—¿Y estas patatas fritas?
—Tengo hambre — contestó.
—Ya —le dije. —¿Y mi dinero te llegó para todo esto?
—Le hice una mamada al dependiente — me contestó quitándome la bolsa de la mano. La miré. Sonrió. — ¡Es broma! Tengo trabajo, ¿sabes? Soy camarera en un hotel.
Comencé a andar hacia mi habitación y ella me siguió.

Cuando abrí la puerta de mi cuarto, un olor nauseabundo lo inundó todo.
—Lo siento — le dije — se me murió el gato.
—Te creo
—Ya. Escucha, ponte cómoda mientras yo me deshago del gato.
Se sentó en el sofá que había al lado de la cama y comenzó a quitar las cosas de la bolsa.
Yo abrí el frigorífico y quité el pescado podrido.
—Vuelvo ahora — le dije abriendo la puerta de la habitación.
Salí y llamé a la puerta de al lado. Dos minutos despues la puerta se abrió.
—Ah, Lois… eres tu. ¿Qué ocurre?
—Te traigo el pescado de vuelta…
—Pero, ¿qué hora es?
—Las tres y media — informé a mi vecino.
—¿Y qué cojones le pasa al maldito pescado?
—No sé cocinarlo.
—Ya, bueno, trae —cogió el pescado. — Mañana lo cocinaré y te llevaré un trozo para que lo pruebes.
—Gracias. Mañana te veo.
—Bien —contestó.
—Por cierto — marchándome — creo que el pescado está muerto.
Cerró la puerta y yo regresé a mi habitación.
Aun olía bastante mal, pero en cuestión de horas sería otra cosa distinta. Abrí una ventana.
Ella ya estaba tumbada en la cama comiendo patatas fritas y bebiendo un vaso de vino.
—Has encontrado los vasos por lo que veo…
—Si. ¿Vives aquí? — preguntó.
Me senté en la butaca y me quité los zapatos.
—Por ahora si — le dije.
—¿Y a qué te dedicas?
—A nada especial… intento sobrevivir como puedo.
—¿Te gusta leer?
—¿Por qué lo preguntas?
—Todos esos libros de ahí — dijo señalando hacia la estantería de madera y ladrillos.
—No son mios — le contesté. — Son de la biblioteca municipal.
Ella dejó las patatas fritas a un lado y bebió un sorbo de vino. Yo también me serví un vaso y bebí.
—¡Está asqueroso! — le dije.
—Ya lo sé.
Bebí otro vaso más.
Ella se levantó la falda en la cama. Tenía unas piernas estupendas.
—¿Quién era ese tipo del bar? — le pregunté. Se dio la vuelta en la cama y me enseñó el culo.
—Mi padre…
—Ya…
—Es mi padre — repitió. —En serio, pero está enfadado conmigo.
Me dio igual. Le puse la mano en el culo. Tenía un culo duro y firme. Me tumbé a su lado y le cogí la cara. La besé. Un beso fresco y profundo entre dos personas borrachas. Ella me tocó el pecho y me miró fijamente.
—¿Por qué me invitaste a venir? — preguntó.
—¿Qué?...— sin entender bien la pregunta.
—Ya me oíste; ¿por qué querías traerme a tu habitación?
—No quiero morir solo.
—¿Te vas a morir?
—Algún día… seguramente.
Nos volvimos a besar. Ella sabía a fiesta, luces y mar.
La besé con fuerza y me alegré de que ese tren me hubiera despertado. Amé el viento cálido de agosto y por dos milésimas de segundo fui feliz.
Dejé de besarla y sonreí.
—¿Qué haces mañana? — le comenté.
—Nada especial
—Te invito a comer. ¿Te gusta el pescado?
—Claro
—¡Fabuloso! —dije queriendo decir eso exactamente.
Volví a besarla.
La habitación se iluminó.
Y yo.

8 comentarios:

Bandini dijo...

precioso relato, además acaba bien...Me encantan tus putas y tus borrachos. Tendré que cumplir años más a menudo para que te decidas a colgarlos.

Gracias por tu amistad hermano.

Bandini dijo...

precioso relato, además acaba bien...Me encantan tus putas y tus borrachos. Tendré que cumplir años más a menudo para que te decidas a colgarlos.

Gracias por tu amistad hermano.

TXARI dijo...

as histórias sempre acaban ben cando tenhem que ben...e milhor cando hai poucas prejuntas ...

solitarios dijo...

regálalle unha laranxa entreaberta e xugosa: seguro que ha gustar moito máis.

Ra dijo...

No son mejores, pero...benditos finales felices.Buen regalo.

mariademallou dijo...

un regalo moi chulo ;)

Roi DaSaraiba dijo...

Xa tiña gañas de leer algún relato dos teus, este gustoume especialmente. Estou dacordo con maria en que é un moi bo regalo.

Saude compatriota!

Unknown dijo...

hay xente con moita sorte e bandini e un deles, de todas formas gracias por compartir o relato con todos e prodigate mais se pode ser...